No siento aún impulsos por ver a The Police a un precio similar en proporción al que pagaron algunos por verlos hace muchos años en el Hotel de México ($1,100.oo... que, devaluaciones, inflación y resta de ceros por medio, son algo así como once centavos de hoy).
Sting me parece un pavorreal sin plumas y me da un poco de tristeza imaginar a Andy Summers deletreando esas canciones que seguramente desde siempre le han parecido de kinder. Recuerdo con aprecio los arreos del guitarrista para evitar cualquier guiño a The Police en un concierto que dio en octubre de 2002 en el Teatro de la Ciudad. Nomás para calmar a uno que otro obseso con "Roxanne", en el encore entregó una versión instrumental de "Message in a bottle", dejando que los de las butacas se encargaran de versos y coritos.
En cambio, Sting cada vez me inspira mayor laxitud. La última vez que lo vi en el Palacio de los Deportes se dedicó, sin pudor, a pulir baladas que a Raúl DiBlasio le deben parecer preciosas. Su "Roxanne" fue penosísima, alargando innecesariamente la parte en que los espectadores le hacen segunda. Los ocho minutos que duró esa tortura confirmaron que el magnetismo del otrora profesor de futbol se acabó, que mejor se dedique a promover el sexo tántrico en el Amazonas.
De Stewart Copeland no puedo decir mucho. La única vez que lo tuve frente a mí no traía baquetas y sí una amable disposición para platicar de The Police. Acá puedes ver lo que contó.
Sting dijo alguna vez que la idea de reunirse con sus ex compañeros era tan atractiva como la que puede tener un divorciado por volver con la ex cuando en la memoria sólo quedan pleitos interminables. ¿A quién entonces se le antoja ver a ese matrimonio recompuesto que se la pasa diciendo "De do do do, de da da da"?
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