La nostalgia es una brújula descompuesta; cuando nos ponemos en sus manos, terminamos en un sitio distinto del programado. Por deformación, Radio Universal jamás ha sido nido de mis suspiros. Si oigo a Dana (“Fairytale”), Kansas (“Dust in the Ear”), Billy Joel o Journey, no encuentro alguna escena autobiográfica que haya tenido a esos lugares comunes como pista sonora. La verdad es que cuando existían Radio Hits y WFM (esta última a la izquierda de la primera en el cuadrante), tal vez Costello no había escrito “Radio Radio”, mas parece que padeció a las dos para escupir las memorables líneas: “La radio está en manos de un montón de imbéciles que tratan de anestesiar la manera en que te sientes”. Y es que además de que la payola era evidente, lo que transmitían esas y otras estaciones —una del gobierno del distrito federal tuvo por 1981 un programa de rock, que pasaba lunes, miércoles y viernes a las ocho de la noche, que pudo ignorar al presente y no salía de Jethro Tull, Rush, UFO y Judas Priest— no tenía conexión alguna con lo que era el asunto más importante de ese momento: el punk y la new wave.
Los bebés rabiosos tenían en la radio de acá sólo dos escenarios: Radio Educación con El lado oscuro de la luna, con guiones y discos de Claudia Aguirre Walls y Juan Villoro, con Emilio Ebergeny en la voz, y Radio UNAM con Rock en Radio UNAM, que los de cinco y media a seis de la tarde se transmitía los lunes con producción, guión y discos de Delia M, los miércoles con Óscar Sarquiz y los viernes cambiaba de carátula: Rock marginal, con Walter Schmidt. De ellos, el de Delia era el más atento a la escena contemporánea y bajo su tutela hallé mi pista sonora. Pero al cabo de los años resultó que sus criterios de programación estaban no sólo adelantados a los ochenta, sino al propio hoy. Delia fue responsable de transmitir música que ni con el CD se volvió accesible. Y ojo: no iba de promotora de sonidos oscuros o hallados en alguna discotienda especializada en ediciones limitadas. Si se revisan New Musical Express, Sounds, Slash, Melody Maker y tal vez hasta Musician (las cuatro últimas ya desaparecidas) de esos años, es fácil advertir que aquellos vinilos estaban disponibles a los oídos avezados sin halo de misterio porque finalmente se trataba de simientes del pop para el futuro (sólo hay que ver las calcomanías que ahora traen álbumes de Gang of Four, XTC y Delta 5, entre otros, donde aparece la frase cariñosa de un pupilo que supo hace poco lo que significa ser el sabor de la semana en el mercado británico (Franz Ferdinand, Kaiser Chiefs, etcétera).
Decía que cuando llegó el CD, ni la reediciones en cascada le hicieron justicia a las selecciones de la Dama del Bordo. A eso hay que sumar la sordera de los encargados de elegir material para llenar las joyerías —por precios, no por contenido— disfrazadas de discotiendas. El asunto es que recuperar en formato digital muchas de aquellas grabaciones se volvió asunto arduo para un ciscado con e-bay y renuente a mandar dólares hasta Japón para escuchar de nueva cuenta a Howard Devoto en papel de solitario.
Pero una abogada del Diablo, que cambió su alma por unos pastelitos, me dio sendos empujones para inscribirme en el hoy. Primero me llevó a creer en los anuncios de una compañía telefónica distinguida por su rapacidad y luego, a pesar de mi incapacidad con el inglés técnico, conseguí instalar soulseek y mi vida sonora se enriqueció como me dijeran: “Tienes 24 horas para vaciar, sin pagar un centavo, una HMV de Oxford Street”.