30 de junio de 2011

A 15 años del último viaje de Timothy Leary


Estados Unidos se queda sin hombres peligrosos
Ayer, 31 de mayo de 1996, a consecuencia de cáncer de próstata, falleció el hombre al que Richard Nixon alguna vez calificó como "el más peligroso en América": Timothy Leary.

Sin haber podido concretar su amenaza de suicidarse ante la Internet —acto que planeaba como su último signo de re­beldía—, Leary falleció cuando dormía, y según declaraciones de su amiga Carol Rosin, sus últimas palabras fueron: "¿Por qué no?" y "Sí". Mas fiel a su consigna emitida en su home page, que puede consultarse en Internet, sus últimos momentos de vida fueron registrados en video, de manera que podrán ser vistos en el directorio http://leary.com.


Gurú sesentero de la cultura del ácido y académico fugitivo, el doctor Leary ha sido, junto con William Burroughs y Hunter S. Thompson, una de las personalidades más influyentes en un terreno donde las drogas y la literatura han unificado a diversos lectores del hemisferio occidental. Con 36 libros en su haber, Timothy Leary ha dado cabida en sus conceptos filosófi­cos lo mismo a los beatniks que los hippies, a los yuppies y cyberpunks, a Sócrates y Huey Lewis and the News, al festival de Woodstock y Ronald Reagan, además de manejar desde muchos años ant­es palabras que hoy son del dominio público: Internet, drogas inteligentes y len­guaje lumínico.

Droga para la gente
Hijo de un dentista y una maestra, Timothy Leary (n. 1920) formó parte del ejército de Estados Unidos, donde consiguió graduar­e en psicología. En 1959 ingresó a Harvard como profesor. Al año siguiente, siendo un académico promedio con dos hijos, Leary, con el profesor Richard Alpert —después conocido como Baba Ram Dass— tuvo su primera experiencia psicodélica al probar hongos alucinógenos mexicanos. Convencido de haber descubierto una herramienta terapéutica ilimitada con la que se podrían explorar las zonas más ocultas de la conciencia, fundó un grupo dedicado a la investigación de los efectos psicológicos de la psilocibina. En 1961 tomó LSD incitado por las experien­cias documentadas del veterano viajero Aldous Huxley y por la impaciencia de "llegar tan lejos como yo pudiera". El impacto que esa sustancia le causó, aunado al recuerdo del suicidio de su esposa unos años antes, le provocó el ánimo de re­nunciar a todo lo que significara la vida de la clase media. Leary estaba plenamen­te convencido de que el LSD era la mayor herramienta de comunicación interpersonal con que la humanidad podía contar. Poco después se convirtió en un evangelista del ácido, experimentando con las drogas más puras y poderosas no sólo sobre su persona sino con cualquiera que se presentara en su domicilio. Naturalmente, la Universidad de Harvard percibió que el doctor Leary se estaba volviendo más incontrolable, carente de profesionalismo e improductivo, por lo que en 1963 fue despedido.

De manera casi inmediata, Leary montó su campamento contracultural con un celo misionario hacia las drogas. Para 1964 ya había escrito The Psychedelic Experience, el primer texto sobre el tema. Su retórica salpicada de caló juvenil, su filosofía de expansión y sus locuaces sesiones de lectura, le proveyeron un público ávido de participar en la experiencia. Constituido particularmente por estudiantes uni­versitarios atraídos por los ava­tares de la generación beat, los seguidores de Timothy Leary encontraron en él a un líder, a un padre y a un confidente. Algo muy opuesto a lo que postulaba Huxley, pues para el autor de Un mundo feliz el LSD debía estar reservado únicamente pa­ra "élites pensantes".

El Paraíso se vuelve ilegal
En la década de los sesenta las acciones aun más extraordina­rias podían obtener benignos mecenazgos, y los viajes de Leary no fueron la excepción. El millonario neoyorquino William Hitchcock cedió 4 mil acres de su propiedad en Mill­brook, Nueva York, para que allí se fundara la Liga para la Exploración Espiritual (League for Spiritual Discovery). Desde esa gigantesca comuna, Leary —que combinaba la investigación, la lectura y la administración de LSD a sus invitados— escandalizó a médicos y académicos. El hombre que logró sintetizar el LSD en 1929, el doctor Albert Hoffman, de los laboratorios Sandoz, en Suiza, advirtió que Leary había hecho una petición formal de 100 gramos de LSD líquido —cantidad suficiente para poner a viajar a 2 millones de personas durante varias semanas—, y dado que el gurú del ácido había hablado días atrás de los beneficios que acarrearía el agre­gar LSD en los suministros de agua, las autoridades se apanicaron. Como conse­cuencia, en abril de 1966 la policía neo­yorquina realizó una monumental redada en Millbrook y al LSD se le consideró como droga ilegal.

En 1968, Leary fue arrestado en sus cuarteles generales de la Hermandad del Amor Eterno (Brotherhood of Eternal Love), en California, acusado por posesión de mariguana y fue sentenciado a 10 años de pri­sión. Sujeto a proceso por cargos similares en Nueva York, salió de Estados Unidos rumbo a Argelia, después a Suiza y, luego de evadir a las autoridades duran­te tres años, fue finalmente capturado en Afganistán en 1972.

Tras un acuerdo con el que renunció al consumo de drogas, Timothy Leary fue liberado. Deprimido e incapaz de conse­guir un trabajo acorde a su trayectoria académica se volvió una especie de asesor en viajes, y así intervino en varios trip films y hasta en álbumes dedicados a pon­derar los beneficios del ácido. De hecho, en 1993 el sello Rykodisc reeditó el álbum You Can Be Anyone this Time Around (1969), que es un alucinante palomazo entre Leary, Stephen Stills, John Sebastian, Buddy Miles y Jimi Hendrix (en el bajo eléctrico [!]), y que ha sido califica­do por no pocos como el primer disco house/acid house de la historia. Fiel a su consigna contracultural, el álbum en cues­tión incluye la reproducción de un cartel electoral que proponía: "Timothy Leary para gobernador de California".

Un ex drogo en Beverly HilIs
Más de 10 años pasó Leary en una relativa oscuridad, pero fue el ascenso de la administración Reagan lo que sirvió para que el disidente despertara. Y si bien el macarthysmo en los cincuenta parecía enton­ces un juego de niños, Leary halló una nueva droga —legal y cada vez más popu­lar— la computadora. "Los ochenta no fueron del todo malos. ¡Diablos! Si fue cuando llegaron las PC y las Apple Mac. Los setenta y los ochenta se caracterizaron porque aprendimos a usar la nueva tecnología: las computadoras. Fue el inicio de una revolución lejana a los medios masi­vos y más cercana a los medios interperso­nales. El hecho de que en los setenta un niño de 10 años tuviera un control remoto en sus manos para cambiar de canal es sor­prendente. Dicho así, no suena muy impre­sionante —lo sé—, pero ese niño puede percibir un mayor número de realidades por minuto que el viajero más curtido un siglo antes, y además el niño puede contro­lar lo que ve. No es un receptor pasivo", comentó Timothy Leary a la revista britá­nica The Face a principios de 1995.

Residente en Beverly Hills, en la popular calle de Sunset Boulevard, siendo padrino de la actriz Winona Ryder, teniendo como vecino a Rod Stewart, invitado al show de El Fantasma del Espacio de costa a costa —que una cadena de televisión por cable ha transmitido y aun ha dobla­do al español—, anunciando camisas Gap, colaborador efímero en la revista Creem y fiestero de fin de semana, Leary en años recientes se asumió más como animador que como académico, aunque no renunció a su primera con­dición: "Parece que la gente está urgida de confinar a los otros a un terreno específico. ¿Por qué no puedes ser pop y también académico? Yo, además, me divierto más sien­do pop; por lo menos me invi­tan a mejores fiestas."

Ante aseveraciones de esa tesitura, muchos de sus antes seguidores lo acusaron de falso profeta de la época psicodélica, como el gran charlatán de la resistencia sacramental. A esos juicios, Leary respondía con una son­risa y un encogimiento de hombros. “Si cualquier cosa que yo haya dicho o hecho desalentó a cualquier gobierno sancionador que investiga a los cerebros humanos con esos poderosísimos químicos, ¡pues muy bien! Las drogas no deben estar en manos de burócratas gubernamentales. Es una desgracia que cuando el gobierno criminaliza al instinto humano, la calidad de la experiencia (con drogas) disminuye.”

En sus días finales y lleno de opti­mismo, Timothy Leary comentó a la prensa: "Creo que he disfrutado una de las 10 vidas más interesantes de este mun­do. He vivido en un tiempo en que era maravilloso estar vivo". Mas sin dejar de lado las declaraciones de acetileno, indicó —burlón— que su dieta para combatir el cáncer de próstata constaba de 44 cigarri­llos, tres tazas de café, dos vasos de vino, una cerveza, un cartón de mariguana, Tylenol PM, dos pastillas de morfina, 12 globos de gas alucinógeno y tres "Galletas Leary", compuestas con una mezcla de queso y mariguana.

Naturalmente el mundo de las drogas que Leary propició no se parece —en nada— al que cotidianamente llena las páginas de los diarios o las series televisi­vas en horario nocturno. Adverso a la existencia de "conectes" y de su ven­ta clandestina, Timothy Leary advertía a los consumidores: "La regla básica es que nunca tomes cualquier droga de alguien a quien cuando ves a los ojos no revela las características que tú quieres de esa sus­tancia. Di sí con confianza". Pero en con­tra de que se le creyera todo lo que él decía, subrayaba: "No se vayan creyendo en mí. ¡Oh no, no lo hagan! Usen su pro­pio cerebro, su propia alma, porque si ustedes no lo hacen nadie más lo hará En eso radica la belleza del caos: que ustedes maniobren su propia realidad”.

Publicado el sábado 1 de junio de 1996 en El Nacional. Sólo la cabeza y un par fechas fueron modificadas en esta versión.


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