4 de septiembre de 2007

Callas y hallas

No sé qué hacer con esto porque a ratos me parece una paráfrasis ingenua y a veces me da la impresión de que es válida. ¿La guardo para mí? ¿Puede abordarse con semejante lenguaje y con solemnidad un asunto —la música pop— que invita al desmadre sino físico sí cerebral y anímico? Bueno, lo cuelgo de una vez.

El origen data del antepasado fin de semana. Le lectura de un libro de hace cincuenta años se convirtió en un juego en el que intercambié algunos vocablos —pocos en realidad— y el resultado arroja luz sobre algo que los melómanos hemos sentido, mas no sé si hemos alcanzado a expresar con claridad.

El nombre del autor y del libro los daré después. Dejo aquí lo leído:

La música revela este mundo; crea otro. Aísla; une. Inspiración, respiración, ejercicio muscular. Plegaria al vacío, diálogo con la ausencia: el tedio, la angustia y la desesperación la alimentan. Niega la historia: en su seno se resuelven todos los conflictos objetivos y el ser humano adquiere al fin conciencia de ser algo más que tránsito. Arte de hablar en una forma superior; lenguaje primitivo. Regreso a la infancia, coito, nostalgia del paraíso, del infierno, del limbo. Voz común, lengua de los escogidos, palabra del solitario.

La música utiliza, adapta o imita el fondo común de su época —esto es, el estilo de su tiempo— pero trasmuta todos estos materiales y realiza una obra única.

Para algunos la música es la experiencia del abandono; para otros, del rigor.

La gente más joven escucha música para ayudarse a expresar o conocer sus sentimientos, como si sólo en la música las borrosas, presentidas facciones del amor, de la soledad, de la individualidad pudieses contemplarse con nitidez. Cada escucha busca algo en la canción. Y no es insólito que lo encuentre: ya lo llevaba dentro.

Todos, así haya sido por una fracción de segundo, hemos vislumbrado un estado de arrobamiento. No es necesario ser un místico para rozar esta certidumbre. Todos hemos sido niños. Todos hemos amado. El amor es un estado de reunión y participación, abierto a los seres humanos: en el acto amoroso la conciencia es como la ola que, vencido el obstáculo, antes de desplomarse se yergue en una plenitud en la que todo —forma y movimiento, impulso hacia arriba y fuerza de gravedad— alcanza un equilibrio sin apoyo, sustentando en sí mismo. Quietud del movimiento. Ese instante contiene todos los instantes. Sin dejar de fluir, el tiempo se detiene, colmado de sí.

La canción es mediación, por gracia suya, el tiempo original, padre de los
tiempos, encarna en un instante.
La sucesión se convierte en presente puro, manantial que se alimenta a sí mismo y trasmuta al ser humano. La canción crea imágenes y estas imágenes hacen del escucha imagen, poesía.

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